Cierro los ojos y miro la imagen seductora de dos cuerpos que danzan por las fronteras de la divina tentación. Somos tú y yo, unidos por la inercia del amor. Nos enlazamos sin mayores perturbaciones, con el ánimo de no separarnos nunca.
Aparecen destellos de luz en medio de la inmensa oscuridad, nuestro tacto se afianza a la piel y luego nos perdemos en un maratón de caricias acumuladas.
En medio del océano de sensaciones que se despiertan, nos volvemos durmientes de la oquedad insomne y ejemplo de la coquetería innata que acompaña cada gesto y cada guiño.
Siendo protagonistas de una coreografía de honda sensualidad, perdemos todo ápice de cordura y nos entregamos felices al caudal de la locura, mientras nos ahogamos en un eclipse de besos.
Bañados de nuestra propia desnudez, nos vestimos con la voluntad de intentarlo todo, hasta perpetrar la osadía de amarnos a cualquier hora, desde donde sea, y como el principio más alto.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario